Por : Luis Medrano
La vida no siempre me ha ofrecido el camino que deseaba; a menudo, he tenido que adaptarme a las circunstancias. Sin embargo, al reflexionar, creo que este camino, aunque impuesto, fue el que Dios me tenía reservado. No he bebido el agua que ansiaba, sino la que la vida me ha dado o la que mis posibilidades y las circunstancias me ofrecen.
Si esta fue la elección divina, la acepto con alegría.
He tenido que reprimir mis lágrimas y obligarme a sonreír cuando preferiría llorar.
Hacer el bien ha sido mi combustible espiritual, y las ingratitudes no me sorprenden.
La humanidad ha demostrado su capacidad para la injusticia, la traición y la envidia, llegando incluso al extremo con Jesucristo. Son ejemplos claros de cómo el egoísmo y los celos pueden destruir, especialmente cuando nos alejamos de la luz divina que Dios otorga a quienes la merecen.
La descomposición social no es casualidad, sino una consecuencia bíblica de lo que la humanidad le hizo a Jesucristo.
A pesar de ello, elijo seguir mi camino, alimentado por la bondad.
A pesar de las dificultades y decepciones, mantengo la esperanza en la capacidad de la humanidad para recapacitar y seguir el sendero del bien.
Hoy, y en cada nuevo amanecer, elijo enfocarme en la luz divina que reside en no dejar de ser solidario y en la posibilidad de colaborar para construir un mundo mejor.
Ni las ingratitudes, ni los maltratos, ni las injurias y difamaciones me harán dejar de ser bondadoso y de perdonar a mis verdugos, porque eso es lo que Jesucristo quiere que yo haga.
