En un mundo donde los adolescentes y niños nacen con un celular en la mano y un algoritmo que marca sus intereses, captar la atención en las aulas se ha convertido en uno de los mayores retos de la educación. Sin embargo, en el Instituto Politécnico La Esperanza, en Santiago, dos docentes han logrado convertir lo digital, la música y los juegos en sus aliados para enseñar.

Rosa Iris Rodríguez

Con 21 años en el sistema educativo, de los cuales 17 ha dedicado a la docencia, Rosa Iris Rodríguez nunca imaginó que un día una frase improvisada la convertiría en fenómeno viral. Coordinadora del área de Mercadeo y apasionada por el teatro y la danza, encontró en las redes sociales una forma de empatizar con sus estudiantes.

Todo empezó cuando escuchó a sus alumnos cantar la popular canción del «Piripiropi». Intrigada, decidió investigar su significado y al día siguiente sorprendió a su grupo entrando al aula con la frase: «¡La profe llegando al bloque, un piripiropi!». La reacción fue inmediata: risas, seguimiento del ritmo y atención. El momento fue grabado y, horas más tarde, se viralizó en TikTok.

«Yo entendí que no se trata de ser igual que ellos, sino de empatizar desde su mundo para lograr que me escuchen», cuenta Rodríguez. Para ella, la clave está en mantenerse actualizada, utilizar recursos tecnológicos, juegos digitales y dinámicas que fomenten valores positivos. «Si no me pongo a la par de la tecnología, ellos me verán como una maestra atrasada, y perderán la motivación», afirma.

Además de canciones y dinámicas, la educadora apuesta por la escucha activa: «Muchos de nuestros estudiantes vienen de hogares disfuncionales; la escuela es el único lugar donde se sienten escuchados. Por eso la comunicación efectiva es tan importante como el contenido académico.

Con apenas 29 años, Moisés Francisco, conocido en redes como «El Profe Dominicano», representa una nueva generación de maestros jóvenes que transforman la enseñanza tradicional en experiencias dinámicas y con mayor resultado.

Desde niño jugaba a dar clases en las paredes de su casa, escribiendo con carbón del fogón. Hoy, ese mismo entusiasmo lo convierte en uno de los docentes más innovadores de su centro. Sus clases de ciencias naturales se desarrollan entre juegos, música, dados y pelotas que circulan por el aula, integrando la llamada gamificación o aprendizaje basado en el juego.

«Entiendo que los estudiantes aprenden más cuando la clase es interactiva. Ellos disfrutan la tecnología, y como maestro debo aprovechar eso para motivarlos», explica. Herramientas como Kahoot o Quizizz, sumadas a dinámicas presenciales, convierten cada sesión en un espacio donde todos participan y se sienten parte del proceso.

Francisco reconoce que su vocación viene marcada por su historia personal. Abandonado al nacer y luego adoptado por otra familia, asegura que encontró en la docencia su propósito: «Muchos de nuestros estudiantes también vienen con historias difíciles. Yo trato de demostrarles que, pese a las circunstancias, uno puede salir adelante. Ser maestro es una forma de ayudarlos»

La innovación

Tanto Rosa Iris como Moisés coinciden en que la educación de hoy exige docentes dispuestos a actualizarse, explorar nuevas herramientas y entrar, sin miedo, al universo digital de sus alumnos. 

No se trata de reemplazar el conocimiento académico, sino de vestirlo con lenguajes que los jóvenes entienden: música, redes sociales, juegos y dinámicas que los motiven.

En un país donde las aulas a veces superan los 40 estudiantes y la tecnología sigue siendo un reto en términos de acceso, ejemplos como estos demuestran que la verdadera innovación no depende solo de recursos, sino de la actitud del maestro frente a la realidad cambiante de sus alumnos.

«Los muchachos pasan todo el día con el celular en la mano. Entonces, ¿por qué no usarlo para que aprendan?», resume Rodríguez. Su colega Francisco lo complementa: «Si el maestro no innova, se queda atrás. Pero si se atreve, la clase se vuelve una experiencia que transforma vidas».

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