Víctor D’Aza y el valor de una funeraria municipal que dignifica la vida… incluso después de la muerte
Por Flavio Portes
Cuando me invitaron a la inauguración de una funeraria municipal en Las Salinas, provincia Barahona, donde estaría presente Víctor D’Aza, presidente de la Liga Municipal Dominicana, confieso que lo tomé con ligereza. Pensé, como muchos, que se trataba de una obra sin gran trascendencia. Al fin y al cabo —me dije—, hay carreteras, hospitales y escuelas que parecen tener más impacto que una simple funeraria.
Sin embargo, bastó llegar a Las Salinas, observar el entusiasmo del pueblo y escuchar los testimonios de sus moradores para entender la profunda dimensión humana de esta obra. Allí comprendí que las grandes obras no siempre son las más costosas ni las más visibles; a veces, las que más transforman una comunidad son aquellas que devuelven dignidad y alivian el sufrimiento silencioso de la gente.
Los comunitarios narraban, con lágrimas y gratitud, los años de angustia que vivieron. Contaban que, cuando un ser querido fallecía, debían hacer colectas que superaban los 100 mil pesos para poder velarlo con decoro. Muchos, incluso, tenían que trasladar los cuerpos a otros municipios. Escuchar esas historias fue estremecedor. Fue entonces cuando comprendí que tener una funeraria municipal no es un lujo: es una necesidad humana, una muestra de respeto a la vida y a la muerte.
Y ahí estaba Víctor D’Aza, cumpliendo su palabra. Su intervención no fue la de un funcionario distante, sino la de un ser humano sensible que entiende que el verdadero liderazgo se demuestra cuando se resuelven las necesidades reales de la gente, no solo cuando se inauguran obras majestuosas.
D’Aza expresó que sigue el ejemplo del presidente Luis Abinader, quien decidió concluir obras inconclusas y retomar proyectos olvidados. Y eso, más que política, es compromiso. Porque una funeraria, aunque no tenga la pompa de una autopista, representa la tranquilidad de un pueblo que ya no tendrá que endeudarse para despedir a sus muertos.
Salí de allí con una lección grabada en el alma: las grandes obras no siempre se miden por su tamaño, sino por la paz que generan en el corazón de la gente.
Y en ese sentido, lo que hizo Víctor D’Aza en Las Salinas no fue solo construir una funeraria; fue levantar un símbolo de esperanza, solidaridad y humanidad.
Porque cuando una comunidad puede llorar y despedir con dignidad a los suyos, ha ganado algo mucho más valioso que una infraestructura: ha recuperado su sentido de comunidad y respeto por la vida.