Por Yanet Girón

En los últimos años se ha vuelto común escuchar a muchos jóvenes decir: “Yo no voy a estudiar, porque conozco gente que se hizo millonaria sin ir a la universidad”. Esta afirmación, repetida casi como un lema, refleja una interpretación simplista y peligrosa sobre lo que realmente significa construir éxito en la vida.

Es cierto que existen personas que no cursaron estudios universitarios y aun así han logrado levantar negocios sólidos y alcanzar estabilidad económica. Sin embargo, lo que no suele mencionarse es que estas personas sí se prepararon, solo que lo hicieron desde otros escenarios: desde la observación, desde la disciplina, desde el sacrificio y, sobre todo, desde la voluntad de aprender de manera constante. La preparación no siempre ocurre dentro de un aula, pero siempre requiere esfuerzo.

Confundir “no tener un título” con “no necesitar preparación” es uno de los errores más graves que arrastra parte de la nueva generación. Quien hoy presume éxito sin estudios formales, en algún momento tuvo que sentarse a aprender, analizar, escuchar, equivocarse, corregirse y volver a intentar. El éxito nunca nace del desorden ni de la improvisación. Nace de la estrategia y del enfoque.

Por otro lado, también conocemos casos de profesionales con carreras completas, especializaciones y maestrías que no han alcanzado la estabilidad económica que esperaban. Esto no significa que la universidad sea inútil; significa que una carrera sin visión ni actualización constante se queda en teoría. El mundo laboral actual requiere más que títulos: exige adaptabilidad, pensamiento crítico, iniciativa, capacidad para resolver problemas y disciplina personal.

En esencia, el éxito no lo determina el diploma, pero tampoco lo determina su ausencia.
El éxito lo define la formación, ya sea académica, técnica o autodidacta. Lo define la capacidad de enfocarse, organizarse, perseverar y tomar decisiones inteligentes.

Hoy vemos jóvenes siguiendo historias ajenas como si el destino se copiara y pegara. Observan el resultado, pero no el proceso. Ven la comodidad económica, pero no las madrugadas de trabajo. Admiran los logros, pero ignoran los sacrificios que los hicieron posibles. Y esa visión parcial los conduce a la desmotivación, a la frustración y, en muchos casos, a la perdición emocional o social.

No se trata de imponer la universidad como único camino. Tampoco se trata del romanticismo al autodidactismo como fórmula milagrosa. Se trata de comprender que nadie llega lejos sin aprender.
Se estudia siempre: en la escuela, en el trabajo, en la vida, en los errores, en los libros, en los consejos y en la experiencia de otros.

Quien decide estudiar una carrera, que lo haga con propósito, no solo por cumplir.
Quien decide emprender, que lo haga con conciencia, no por moda.
Pero que ninguno crea que el éxito llega sin preparación.

Porque, al final, la vida no premia el papel ni la ausencia de él.
La vida premia la constancia, la disciplina y la capacidad de crecer.

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