Un estudio liderado por científicos de la Universidad de Tokio propuso que el cabello canoso no solo marca envejecimiento, también puede reflejar una respuesta defensiva del organismo frente al daño genético que favorece el desarrollo de cáncer.

La investigación, publicada en la revista Nature Cell Biology, se centró en el comportamiento de las células madre de melanocitos, las responsables de producir la melanina que da color al cabello y a la piel. En condiciones normales, estas células se activan en cada ciclo capilar, se dividen y generan melanocitos maduros que pigmentan el pelo.

Con el paso de los años, esa capacidad disminuye y el cabello pierde color. Lo novedoso del estudio fue mostrar que este proceso no siempre responde solo al desgaste del tiempo, sino también a un sistema de control biológico que protege al organismo.

Los investigadores observaron que ciertos tipos de daño en el ADN de ratones, como el provocado por radiación ionizante, activan una vía defensiva que obliga a estas células madre a madurar de manera irreversible. Ese camino conduce a su agotamiento, impide que sigan dividiéndose y deja al folículo sin fuente de pigmento. El resultado visible fue la aparición de canas, pero el efecto invisible resultó clave: al detener la división celular, el organismo reduce la posibilidad de que mutaciones peligrosas se transmitan y deriven en tumores.

“Es una especie de agotamiento llamado senescencia celular. Es un límite al número total de divisiones por las que puede pasar una célula, y parece ser un mecanismo anticancerígeno para evitar que los errores genéticos aleatorios adquiridos con el tiempo se propaguen incontrolablemente”, explicó Dot Bennett, bióloga celular de City St George’s, Universidad de Londres, que no participó en el estudio.

El trabajo experimental se realizó en ratones, donde el equipo de la profesora Emi Nishimura y del profesor asistente Yasuaki Mohri aplicó técnicas de rastreo celular y análisis genético durante varios años. El objetivo fue seguir el destino de células madre individuales luego de exponerlas a distintos tipos de estrés ambiental. Los resultados mostraron que no todo daño en el ADN activa la misma respuesta. Algunas agresiones empujan a las células hacia la senescencia, mientras otras bloquean ese freno natural.

Cuando las células madre de melanocitos sufren roturas dobles en el ADN, se activa un proceso denominado seno-diferenciación. Este mecanismo, mediado por la vía de señalización p53-p21, fuerza a las células a madurar y perder su capacidad de autorrenovarse. Al desaparecer esa reserva celular, el cabello se vuelve gris. Desde el punto de vista del organismo, esta pérdida cumple una función protectora, ya que elimina células con potencial dañino antes de que puedan transformarse en cancerosas.

El estudio mostró un contraste inquietante cuando el daño genético provino de ciertos carcinógenos químicos o de la radiación ultravioleta B. En esos casos, el mecanismo de senescencia no se activó. Por el contrario, las células madre conservaron su capacidad de dividirse y de producir pigmento, lo que permitió que el cabello mantuviera su color.

A largo plazo, ese aparente beneficio estético tuvo un costo biológico: la replicación de ADN dañado favoreció la expansión clonal de células alteradas y aumentó el riesgo de cáncer, como el melanoma.

Según los investigadores, el entorno celular cumple un papel decisivo en este desenlace. Señales provenientes del nicho del folículo piloso, como el ligando KIT presente en la piel circundante, influyen en la decisión que toman las células madre. Cuando estas señales bloquean la vía de la senescencia, las células dañadas no se eliminan y persisten en el tejido, creando un escenario propicio para la transformación maligna.

“La misma población de células madre puede tomar caminos opuestos, agotarse o expandirse, según el tipo de daño y las señales del entorno”, afirmó Emi Nishimura, autora principal del estudio, citada por la propia Universidad de Tokio. La investigadora sostuvo que este hallazgo obliga a repensar la relación entre envejecimiento y cáncer, dos procesos que durante décadas se estudiaron como fenómenos separados.

Desde esta perspectiva, las canas dejan de ser un simple signo cosmético para convertirse en una pista visible de mecanismos profundos de defensa celular. El trabajo sugiere que el organismo, frente a determinadas agresiones, prioriza la seguridad genética por sobre la conservación de funciones como la pigmentación. El cabello gris aparece entonces como el precio biológico de una estrategia que protege a los tejidos del desarrollo tumoral.

Los autores del estudio remarcaron que este fenómeno no implica que las personas con canas estén protegidas contra el cáncer. El encanecimiento refleja la activación de un mecanismo, no una garantía absoluta. Sin embargo, sugiere que el cuerpo cuenta con sistemas de control que, cuando funcionan correctamente, limitan la proliferación de células dañadas. El problema surge cuando esas vías se bloquean o fallan, ya sea por factores ambientales o por señales anómalas del entorno celular.

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