El cierre parcial de la Línea 1 del Metro ha revelado una falla estructural que por años se mantuvo debajo de la alfombra: la fragilidad de los sistemas de transporte público alternativos. Durante los últimos días, los residentes de Villa Mella han dependido exclusivamente de la Operadora Metropolitana de Servicios de Autobuses (OMSA), y la experiencia ha sido desastrosa.

Las guaguas, muchas de ellas envejecidas, operan sin aire acondicionado en una ciudad donde las temperaturas alcanzan niveles extremos. Además, las unidades disponibles son pocas para la cantidad de usuarios que necesita trasladarse diariamente. El resultado ha sido una cadena de quejas, retrasos y agotamiento.

“Duré una hora bajo el sol esperando una guagua. Cuando por fin llegó, íbamos como sardinas enlatadas. La gente estaba molesta, acalorada, algunos incluso mareados”, narró Ricardo Peña, estudiante universitario que vive en La Victoria.

Pero el problema va más allá de la comodidad. El colapso del transporte alternativo ha afectado la productividad, la salud mental de los usuarios y ha incrementado los niveles de estrés en una de las zonas más pobladas del país. A pesar de los esfuerzos del Gobierno por minimizar el impacto, los testimonios diarios dejan en evidencia que el sistema no está preparado para reemplazar al Metro.

Expertos en movilidad urbana aseguran que esta situación debería servir como un llamado urgente a rediseñar y fortalecer los sistemas integrados de transporte, y evitar que una sola interrupción paralice a una comunidad entera.

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